El Barrilete

El Barrilete

A veces pienso en donde o cuando he perdido a mis padres. ¿Cuándo perdí la ilusión? ¿Cuándo perdí la alegría de estar?
Es difícil pero no imposible saber, solo necesito remontar mi pasado y hacer que ese barrilete que se cayó vuelva a volar.


Las palabras se me amontonan en el pensamiento y los dedos no paran de escribir,
Pero sigo buscando las respuestas a esas inquietudes a las cuales,
más de una vez cerré los ojos e hice como que no existían; pero hoy llegando
a esta altura de mi vida en donde solo estoy frente a un computador,
mirando películas de vidas de otros y pensando es lo mismo que yo viví o sentí;
es lo mismo que me pasó en determinados momentos; es…

¿Cuantos es?, demasiados por ser poco años de vida o quizás una eternidad,
si, la miro desde todas mis encarnaciones.
Es el momento de comenzar de nuevo y cerrar ese libro, el mismo que más
de una vez pinté con crayón blanco y negro.
Hoy quiero pintar con pinceles y témperas de colores.
Pero, ¿cuándo perdí la ilusión? ¿Cuándo perdí la alegría de estar?

Mi barrilete se encontraba volando en un parque lleno de flores, paseaba entre
mariposas y hormigas, bajo el sol y la briza del aire que  le permitía soñar.
De pronto tuvo que caer ese barrilete, ya no estaba más la pradera, las flores, l
as mariposas o las hormigas con quien hablar.

El nuevo mundo estaba rodeado de paredes, formando un cuadrado 4X4,
una puerta que solo se habría para darme de comer y cambiarme.

Cuando me tomaban de la rienda y me sacaban, solo me remontaban en un
sendero de piedras, con todos los cuidados para no ser pisado  por un auto o
por el apuro de la gente al caminar.
Esos vuelos eran cortitos y bajos, siempre aparecía el… ¡cuidado!

Una vez que volé por unos minutos, me volvían a guardar en el cuarto 4X4,
con la TV en blanco y negro, una cama de 2 plazas y 1 cama marinera;
el espacio que quedaba entre todo eso, era tratar de soñar apoyándome
en un banquito bajo de 3 patas que me permitía con algo de esfuerzo,
poder ver por el mirador de esa puerta, el pasillo largo, lleno de penumbra
y olor a húmedo, tapado por cajones de bebidas y
que tras ellos se escuchaban risas de niños jugando.
Solo era esperar el día y el momento que se me permitiera volar entre todas esas risas,
aunque sea por unos minutos nada más.

Con el tiempo, mi barrilete comenzó a perder la cola y los hermosos flecos que tenía.
Es así, como que ya no volaba seguido
y cuando lo quería hacer se lo encerraba de nuevo hasta la próxima vez. Autora Monica Fragapane


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